En la ciencia histórica este camino de la finalidad de la ciencia hacia la función del concepto tiempo en ella, y de allí hacia la estructura de este concepto de tiempo, podría parecer un (368) rodeo, pues se podría lograr este objetivo en la ciencia histórica mucho más fácil y rápidamente si tenemos en cuenta que en la metódica de la ciencia histórica existe una disciplina auxiliar que se ocupa precisamente de la determinación del tiempo: la cronología histórica. Aquí tendría que salir a la luz inmediatamente lo particular del concepto de tiempo histórico. Recién al final se puede fundamentar porqué no se toma este camino. Entonces se tiene que hacer también comprensible lo que corresponde, a partir de la cronología, al concepto de tiempo histórico como único momento esencial. Tomamos por lo tanto el camino ya señalado y procuramos en primer lugar establecer algo sobre la finalidad de la ciencia histórica.
Aquí nos tropezamos inmediatamente con una dificultad, en tanto no se ha logrado entre los historiadores ningún acuerdo completo sobre la finalidad y el objeto de la ciencia histórica. por eso lo que se decide aquí sobre este problema no tiene ninguna pretensión de ser definitivo y absoluto. Sin embargo esto no puede poner en peligro nuestro problema particular si nombramos sólo los momentos en el concepto de la ciencia histórica que en ella dejan en la función del concepto del tiempo.
La ciencia histórica tiene como objeto al hombre, no como objeto biológico sino en tanto, a través de sus producciones espirituales y corporales, realiza la idea de la cultura. Esta creación cultural en su profusión y multiplicidad, transcurre en el tiempo, sufre un desarrollo, está subordinada a las más diversas transformaciones y regresiones, recibe a lo que lo antecede para elaborarlo más o para impugnarlo. Esta creación cultural del hombre, dentro de y en cooperación con las asociaciones y organizaciones (Estado) igualmente creadas por él, es en definitiva la objetivación del espíritu humano. Pero al historiador no le interesa la objetivación del espíritu consumada en el transcurso del tiempo en su respectiva totalidad (jedesmaligen Vollständigkeit), como si quisiera registrar todo lo que ocurre en general en el tiempo; a él le interesa sólo (se ha dicho) lo históricamente efectivo. Eduard Meyer, (369) que ha dado esta prescripción, la completa y la aclara exactamente: “La selección se basa en el interés histórico que tiene el presente en algún efecto, en el resultado del desarrollo”[viii]
Pero siempre un interés tiene que ser fijado a partir de un punto de vista, tiene que ser guiado por una pauta. La selección de lo histórico a partir de la profusión de lo dado se basa por consiguiente en una relación de valor (Werbeziehung). La finalidad de la ciencia histórica es pues representar el contexto de efecto y desarrollo de las objetivaciones de la vida humana en su singularidad y unicidad (Einmaligkeit) comprensibles en relación con los valores de la cultura. Pero aún no se ha mencionado una característica esencial de todo objeto histórico. El objeto histórico siempre ha pasado, en sentido histórico ya no existe más, entre él y el historiador existe una distancia temporal. El pasado tiene siempre un sentido sólo visto desde un presente. Lo pasado no sólo no es más, considerado desde nosotros, sino que también fue algo distinto de lo que somos nosotros y nuestro contexto vital hoy en el presente. El tiempo tiene en la historia, como se ve, una significación muy original. Sólo cuando esta otroridad (Andersheit) cualitativa de tiempos pasados se abre paso en la conciencia de un presente, se ha despertado el sentido histórico. En la medida en que el pasado histórico es siempre una otroridad de objetivaciones en la vida del hombre, y nosotros mismos vivimos en una de estas y creamos una semejante, está dada desde un principio la posibilidad de comprender al pasado, puesto que este no puede ser algo distinto incomparable. Pero existe la gran separación temporal (zeitliche Kluft) entre el historiador y su objeto. Si él la quiere representar, tiene que tener de alguna manera el objeto ante sí. Se trata de superar el tiempo, y desde el presente, por encima del abismo temporal aclimatarse en el pasado. La exigencia de la (370) superación temporal y la descripción de un pasado, dada necesariamente en la finalidad y el objeto de la ciencia histórica, será sólo, posible si además el tiempo mismo de algún modo entra en función. Ya Johannes Bodinus (1607) tiene en su Methodus ad facilem historiarum cognitionem un capítulo especial sobre el tiempo; allí se encuentra la frase: “qui sine ratione temporum (es interesante el plural) historias intelligere se posse putant, perinde falluntur, ut si labyrinthi errores evadere sine duce velint”[ix]
La función del tiempo en la superación temporal necesaria para la ciencia histórica la podremos estudiar con mayor precisión si dirigimos nuestra atención a la metódica de la ciencia histórica a través de la cual ésta se procura el acceso al pasado y representa a éste históricamente. Seguir de cerca la función del tiempo dentro de la metódica de la ciencia histórica en todas sus particularidades y poner de manifiesto las relaciones de sus conceptos básicos con el concepto directriz, nos llevaría muy lejos. Deben ser caracterizados más bien sólo algunos modos de proceder del método de la ciencia histórica y algunos conceptos que saltan especialmente a la vista, y que ilustran la función del concepto de tiempo. Así se ha logrado una característica por lo menos suficientemente importante para el análisis de la estructura del concepto de tiempo. La primera tarea fundamental de la ciencia histórica consiste en suma sólo en asegurar la realidad .de los hechos por ella descriptos. “Quizás el mayor mérito de la escuela critica en nuestra ciencia, por lo menos lo más significativo en el aspecto metódico” -dice Droysen- “es haber hecho prevalecer la convicción de que la base de nuestros estudios es la prueba de las fuentes de las cuales nosotros disponemos. Así se ha establecido en el punto científicamente decisivo la relación de la historia con el pasado”[x]
(371) La “fuente” permite por lo tanto el acceso científico a la realidad histórica. A partir de ella se construye antes que nada esa realidad. Pero eso sólo es posible si la fuente está asegurada en su valor como fuente, es decir, si está demostrada su autenticidad. Esto se realiza por medio de la crítica. Debe por ejemplo ser demostrada la autenticidad de un documento. Esto puede realizarse buscando un dictamen sobre su “oficialidad” (Kanzleimässigkeit). “Los testimonios documentales de un despacho oficial (Kanzlei), que haya funcionado ordenadamente llevarán consigo en determinados tiempos determinadas características. La suma de todas estas características en determinado tiempo constituye la oficialidad".[xi] En el concepto de la oficialidad está incluido por consiguiente el concepto de tiempo.
Pero la demostración de la oficialidad, es decir, la crítica diplomática, debe ser completada por medio de la crítica de la historia del derecho y una crítica histórica general, es decir, el documento debe ser cotejado con las circunstancias jurídicas y en general culturales del tiempo al que éste debe pertenecer. Las bulas pseudo isidóricas, por ejemplo, se demuestran que son falsificaciones al comprobarse que aquellas cartas papales aisladas son anacrónicas. Sabemos que el Papa Gregorio el Grande usó por primera vez al principio de sus escritos el título servus servorum Dei. En las cartas en cuestión de la serie isidórica se designan así papas más antiguos. Además sabemos que hasta fines del siglo IV los papas no fechaban sus cartas según los cónsules romanos; en las cartas isidóricas en cuestión ocurre esto. Las bulas que debieron provenir de los primeros siglos suponen circunstancias jurídico-eclesiásticas que recién surgieron más tarde. La crítica muestra por lo tanto que las cartas no llevan de ningún modo en el aspecto formal ni en cuanto al contenido la señal del tiempo en el que sé debieron haber originado, sino la señal de un tiempo posterior. Para la utilidad científica de una fuente debe ser fijada su fecha de origen; pues su valor como testimonio (372) depende de cuánto esté alejada ésta temporalmente del hecho histórico que hay que atestiguar. “El medio más general es la investigación confrontativa de la época a la que corresponde en primer lugar la fuente en cuestión, por su forma, estilo y contenido, es decir, en definitiva, por su carácter total,... pues cada tiempo lleva consigo en todas sus creaciones y expresiones un carácter propio y distintivo que podemos conocer bien”[xii]. En las fuentes escritas son sobre todo la escritura y la lengua, “estas vivísimas expresiones del espíritu del tiempo”, las que nos posibilitan una determinación temporal.
Una función no menos esencial desempeña el concepto de tiempo en la segunda tarea principal del método histórico: en el poner de manifiesto el contexto (Zusammenhang) de los hechos previamente fijados en detalle. Allí se trata en principio de comprender correctamente los hechos particulares en su significación para el contexto, es decir, se trata de interpretar correctamente el contenido objetivo de las fuentes.
Un ejemplo interesante de la función abarcadora del concepto de tiempo en la historia la ofrece la investigación reciente de Troeltsch sobre San Agustín.[xiii] Troeltsch muestra que San Agustín “en verdad es término y culminación de la antigüedad cristiana, su último y más grande pensador, su hombre de la praxis espiritual y su tribuno. El Tiene que ser comprendido en primer lugar, a partir de esto”.[xiv] Por otra parte caracteriza Troeltsch categóricamente a la antigüedad cristiana a partir de San Agustín. Esta característica le posibilita entonces delimitar el segundo período en la historia del cristianismo con respecto al primer período. Troeltsch escribe además con respecto a las distinciones de los grandes períodos: “Estos deben ser establecidos según la pertenencia de la Iglesia cristiana a las respectivas circunstancias culturales generales.”[xv]
(373) Estos ejemplos deberían bastar para advertir inmediatamente lo esencial del concepto de tiempo histórico. Los tiempos de la historia se distinguen cualitativamente. Las “tendencias directrices” (Ranke) de una época dan la base para la delimitación de esta época de otra. El concepto de tiempo en la ciencia histórica no posee el carácter homogéneo del concepto de tiempo científico natural. El tiempo histórico no puede por eso ser expresado tampoco matemáticamente por medio de una serie (Reihe), ya que no hay ninguna ley que determine cómo se suceden las épocas. Los momentos temporales del tiempo físico se distinguen sólo por su posición en la serie. Los tiempos históricos también se suceden, por cierto, (si no, no serían tiempos), pero cada uno es, en la estructura de su contenido, diferente.
Lo cualitativo del concepto de tiempo histórico no significa otra cosa que la condensación -cristalización- de una objetivación de la vida dada en la historia. La ciencia histórica no trabaja pues con cantidades. ¿Pero qué son entonces las cifras históricas? En el concepto “el hambre en Fulda en el año 750” no puede el historiador con la cifra 750 hacer en sí nada; a él no le puede interesar la cifra como cuantum o como un elemento que tiene su determinado lugar en la progresión numérica del uno al infinito, como elemento que es divisible por 50 , y así sucesivamente. La cifra 750 y toda otra cifra histórica tiene en la ciencia histórica solamente valor y sentido teniendo presente lo históricamente significativo con respecto al contenido. Trecento, quattrocento, no son conceptos cuantitativos ni mucho menos. La pregunta por el cuando tiene en la física y en la historia un sentido muy diferente. Yo pregunto en la Física, por ejemplo, con respecto a la máquina de Atwood para demostrar las leyes de la caída, cuando llega la pesa a determinado lugar de la escala; cuando quiere decir en esto caso después de cuántos golpes del péndulo de los segundos. Si pregunto por el cuando de un acontecimiento histórico, en cambio, pregunto por su lugar en el contexto histórico cualitativo, no pregunto por un cuánto. Pero sin embargo el historiador se formula a veces también la pregunta por el cuánto. Así le interesará seguramente a la venidera historia de la guerra saber cuánto tiempo necesitó el ejército Mackensen para llevar adelante la ofensiva de los Cárpatos hasta el cuadrilátero fortificado ruso-polaco. Pero la determinación cuantitativa (unas doce semanas) no tiene en sí valor y significado para el historiador sino en tanto permite comprender a ella la monstruosa fuerza de empuje de nuestras tropas aliadas, la firmeza decisiva de toda la operación, y por otra parte en tanto permite juzgar la fuerza de resistencia del ejército ruso. Los números de los años son cómodas marcas numerales, pero las consideramos en si mismas sin sentido, ya que por cada número podría haber otro número equivalente si sólo se corriera el comienzo de la numeración. Pero justamente el comienzo de la cuenta del tiempo muestra que en todos los casos esta cuenta ha empezado en un acontecimiento históricamente significativo (fundación de la ciudad de Roma, nacimiento de Cristo, Hedschra o partida de Mahoma de la Meca a Medina, etc.).
La disciplina auxiliar de la ciencia histórica, la cronología histórica, es por lo tanto sólo significativa para la teoría del concepto del tiempo histórico, desde el punto de vista del comienzo de la cuenta del tiempo. Se cuenta por ejemplo que a los cristianos al principio les disgustó la fijación del comienzo del año en el primero de Enero, “porque no tenía ningún tipo de relación con la religión cristiana”[xvi]. La Iglesia trasladó por esto a este día la fiesta de la circuncisión, para darle a éste una significación eclesiástica.
Siempre fueron fiestas significativas (Pascuas, Navidad), aquellas en las que fue fijado el comienzo del año. Esto muestra que lo que ocurre en general con respecto a la numeralidad (Zahlenmässige), a las numeraciones con referencia al tiempo en la ciencia histórica, está determinado cualitativamente por la forma y el modo de la fijación del comienzo de la numeración. Se puede decir incluso que en la base (Ansatz) de la cuenta del tiempo se manifiesta el principio de la formación conceptual histórica: la relación valorativa.[xvii]
(375) El reconocimiento de la significatividad fundamental del concepto del tiempo histórico y de su radical diferencia con respecto al concepto del tiempo físico posibilitará introducirse más en forma científico-teórica en el carácter peculiar de la ciencia histórica y permitirá fundar teóricamente a ésta como posición intelectual original e irreductible con respecto a otras ciencias.
[i] Lo cierto es que el pensamiento medieval no era ajeno a lo empírico en la medida en que por lo común se cree; supo apreciar bien las investigaciones de acuerdo a la experiencia o, por lo menos, la registración de los hechos; se tenía una conciencia del valor de la matemática para la investigación de la naturaleza, si bien esta conciencia no estaba aclarada teóricamente; se conocía el experimento; pero, a pesar de todo esto, faltaba aún la verdadera problemática científico-natural.
[ii] Acht Vorlesungen über theoretische Physik, 1910, pág. 8.
[iii] Idem, pág. 9.
[iv] Discursos y demostraciones matemáticas en torno a dos nuevas ciencias, la mecánica y las leyes de la caída, 3ª y 4ª jornadas (1635). Traducidas y editadas por A. von Ottingen, 1881, Ostwalds, Klassiker der exakten Wissenschaften, nº 24, pág. 8.
[v] A. Einstein, Sobre la electrodinámica de los cuerpos móviles. Annalen der Physik, Bd. 17, 1905; impreso en “Fortschritte der matemathischen Wissenchaften in Monographien”, editado por O. Blumenthal. Cuaderno 2, El principio de la relatividad, 1913, pág. 28.
[vi] Idem, pág. 6.
[vii] Wissenschaft und Wirklichkeit, 1912, pág. 168.
[viii] Kleine Schriften, 1910, pág. 42.
[ix] Methodus ad facilem historiarum cognotionem, 1607, cap. VII “De temporis universi ratione”, pág. 431.
[x] Grundiss der Historik, 2ª Ed. 1875, pág. 80.
[xi] O. Redlich, Urkundenlehere, 1ª parte, 1907, págs. 21 y sgtes.
[xii] E. Bernheim, Lehrbuch der historischen Methode, 5ª y 6ª edición 1908, pág. 392.
[xiii] Agustin. Die christliche Antike un das Mittelalter im Abschluss an die Scrift “De civitate Dei”. 1915.
[xiv] Idem, pág. 6.
[xv] Idem, pág. 172.
[xvi] Rül, Cronologie des Mittelalters und der Neuzeit, 1897, pág. 24.
[xvii] Con referencia a este concepto fundamental para la formación cultural-conceptual histórica, véase: H. Rickert, Die Grenzen der naturwissenschaftliche Bergiffbildung, 2ª edición, 1913, pág. 333 y ss.
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