Entre los códigos que Sergio Hernández empleó en su última serie de xilografías elaboradas en el
Taller La Siempre Habana existe uno de vital importancia: el formato; uno que asemeja ventanas de 119 x 230 cm. para volver a la obra una proyección magnificada del paisaje interior y recuerdo del artista. Sin embargo, aquí el paisaje no es un ejercicio de traducción o mímesis de la realidad; sino más bien, es un proceso de abstracción que va en dos direcciones: el acercamiento a detalle del paisaje traducido desde la experiencia del artista; y de manera más interesante, aquella abstracción que se vuelca sobre la reiteración del signo y el recuerdo repetitivo –les pido evoquen el sonido en una noche de lluvia-: se vuelve una suerte de vórtice.
El paisaje de Sergio Hernández en
“Temporal” acude al formato para lograr una atmósfera tanto física como
emotiva. El signo entonces, va más allá de la representación para
volverse también en el agente que activa la evocación del espectador.
Las ventanas se vuelven representaciones simbólicas que absorben la
mirada. De ahí que ésta sea una obra destacada; porque logra invertir la
acción contemplativa en un ejercicio donde se desvía el discurso hacia
lo procesual de la pieza. Sin embargo, ¿por qué es importante remarcar
lo procesual en el trabajo de Sergio Hernández? Primero, porque obliga a
reflexionar en el complejo proceso técnico que implica el grabado y por
tanto, a repensar este proceso como parte esencial de la
conceptualización y conformación de un discurso. Segundo, porque el
artista se desvincula del lugar común para considerar los elementos
formales como parte del mismo lenguaje de la obra y convertir al proceso
en un efecto plástico. Tercero, me parece el resultado de un trabajo
extenso de análisis y decantación de más de veinte años de trayectoria
artística.
Habrá que tomar en cuenta el esfuerzo
que se requiere para devastar una placa de MDF con tales dimensiones:
Esto exige un desgaste corporal donde el movimiento se vuelve una
especie de devaneo que apela a la repetición. La devastación de la placa
con la cual se logra el efecto de lluvia requiere también de la
evocación del sonido para lograr trasminarlo al material. Esta
evocación, el sonido y el movimiento en una concordancia con la
repetición, el movimiento repetitivo del cuerpo y el mecanismo mental de
concebir la imagen en negativo; crean una especie de trance en la
ejecución traducida –ante un excelente trabajo de impresión- en una
fascinada contemplación del espectador frente a la estampa.
En otras piezas de la misma serie
podemos encontrar esta característica. En ellas se invierten las
funciones de la línea para irrumpir en el paisaje primero concebido y
borronear su presencia. El artista muestra una suerte de catálogo de
formas identificables en su obra, simplificadas en color y línea, para
después invertirlas en su representación y realizar un acto de violencia
contra su propio lenguaje: Tachar sus códigos es también llevarlos a un
nuevo territorio del deseo donde le permita al artista concebir nuevos
espacios o entrecruzamientos. Es quizá aquí, donde la contemplación y la
memoria comienzan a trabajar de una forma invertida. Me gusta pensar
que el tiempo mítico de su anterior obra, el ideario de Sergio Hernández
ha sido trastocado para dar lugar a piezas las cuales nos invitan a
entender el proceso gráfico desde otro lugar.
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