miércoles, 27 de marzo de 2013

La traducción de la poesía -Por Yves Bonnefoy-


  
 
Se puede traducir mediante una simple designación. Por ejemplo, me decía un día Wladimir Weidlé, ingeniosamente, el poema de Baudelaire No olvidé, cercana a la ciudad... brinda el sonido de Pushkin, tiene su transparencia, es la mejor de las “traducciones”. ¿Pero se puede reducir un poema a su transparencia?
    ¿Se puede traducir un poema?, no. Uno se topa con demasiadas contradicciones que no pueden olvidarse, uno debe abandonar demasiadas cosas.
      Ejemplo (y es un hecho de experiencia personal) “Sailing to Byzantium” de Yeats: y ya ese título. “¿El embarque de Bizancio?” Imposible, Watteau estaría interfiriendo. Además, sailing posee un dinamismo de verbo. Uno piensa en el “¡A Honfleur!” lo más pronto posible antes de caer más bajo” de Baudelaire, pero “¡A Bisancio!” sería ridículo: el mito excluye esas brevedades...Finalmente, to sail expresa, además de la idea de partida, la del mar a franquear, difícil, agitado como la pasión, y la del puerto a lo lejos: comercio, trabajos, obras, naturaleza vencida, el espíritu. Nada que pueda brindar nuestro zarpar, y hacerse a la vela resulta caduco en esas distancias. Me resigne a “Destino-Bisancio”. Tal vez se salva así una tensión, aunque no la energía, el desarraigo (pensado al menos) que expresaba el verbo. Como a menudo de la lengua de Shakespeare a la que todavía tiraniza Malherbe, lo vivido se vuelve intemporal y lo irracional, inteligible. Otra solución: glosar el título con la frase de Baudelaire. Habría que intentar la experiencia de traducciones desarrolladas, donde subsistieran todas las asociaciones de ideas evocadas por la obra sobre una página análoga a la de Un golpe de dados. Pero Yeats habla en la unicidad y la urgencia del instante: y es a lo que hay que permanecer fiel en primer lugar.
      Otro abandono obligado en ese mismo poema: fish, flesh, and fowl, mediante lo cual Yeats reúne en tres palabras la variedad de la vida, e incluso y sobre todo, mediante la aliteración, su impulso, su aparente finalidad. ¡Ya es arduo! Pero aún peor, es una frase hecha, que hace que uno pueda pensar que la lengua común preserva así el vigor ante esa lengua académica que tantos poetas rechazan. “Sailing to Byzantium” exige pues interrogar a la sabiduría popular, la nación, el aquí, en el mismo momento en que para el espíritu puro se trata de dearraigarse.
      Contradicción profunda en Yeats, tan constante como fecunda a lo largo de toda su obra, pero que no puede sino perderse en francés, que no ofrece una brevedad semejante para esas palabras: las lenguas no tienen sus “felicidades” en los mismos puntos: Yo traduje: “todo lo que nada, vuela, se estira”, lo que no conserva el impulso sino mediante una significación, no en la sustancia verbal. Por otra parte, por una vez el verbo es menos que el sustantivo: ese fish, etc., que parecía repetir el acto primero, divino, de la denominación. Donde un texto tiene sus posibilidades, sus nudos, su espesor -su inconsciente-, la traducción debe pasar a una superficie, aunque tenga en otra parte sus propios nudos. No se puede traducir un poema.
      Pero tanto mejor, porque un poema es menos que la poesía, y en tanto se encuentra privado de ella es un estímulo. Un poema -un número determinado de palabras en un orden determinado sobre la página- es una forma, donde es abolida la relación con el otro, con la finitud: lo verdadero. Y el autor puede complacerse en esto, es tranquilizador, a uno le gusta hacer que existan objetos, que duren, pero de inmediato uno siente el rechazo de verse colocado en contradicción con el lugar y el tiempo del intercambio verdadero. Un medio, el poema, una hipótesis espiritual, no un fin. Publicarlo, una verificación, un tiempo de reflexión que uno se otorga, pero no es aceptarlo, absolutizarlo. Y el mejor lector es igualmente el que ama el poema, sí: pero como se puede amar a un ser: considerando solamente los valores a los que apela, el sentido que ofrece. No hay idolatría por lo escrito; aunque tampoco aversión iconoclasta. Mas bien compasión, una especie de existencia compartida. ¡Pero cuánto saqueo desde ese momento! Todas esas “riquezas” del texto, ambigüedades, paragramas, polisemias, etc. privadas del derecho a imponernos sus palabras cruzadas.
      Pero en compensación, ahí está lo que no llegamos a captar, a retener: la poesía de otras lenguas.

      Uno debe poder ver, en efecto, lo que motiva el poema; uno debe saber revivir el acto que a la vez lo produjo y lo estanca allí: y desprendidas de esa forma fijada que no es más que una huella, la intención, la intuición primeras (una aspiración, digamos, una obsesión, algo universal) podrán ser intentadas de nuevo en la otra lengua, y tanto más verídicamente cuanto que en adelante se manifiesta la misma dificultad: la lengua de traducción paralizando como la primera ese cuestionamiento que una palabra es. Sí, la dificultad de la poesía es que la lengua es sistema, mientras que la palabra de la poesía es presencia. Pero comprender esto es reencontrarse con el autor que se traduce, percibiendo mejor las tiranías que sufre, los movimientos de pensamiento con que resiste; las fidelidades que le debe. Porque las palabras van a intentar amaestrarnos con su modo de ser. De auxiliares de la buena traducción comenzada, van a hacerse los abogados del mal poema en que se convierte, van a rebajar la experiencia en beneficio de un texto, habrá que desconfiar, verificar la necesidad ontológica de nuestras imágenes nuevas mucho más que su semejanza término a término (ya entonces exterior) con las del poema original. Es una tarea pesada, pero a cambio somos ayudados por el autor que traducimos, cuando es Yeats, cuando es John Donne o Shakespeare. Y en lugar de estar como antes, frente a la masa de un texto, estamos de nuevo en el origen, allá donde crecía lo posible, y por una segunda travesía, donde se tiene el derecho de ser uno mismo. ¡Finalmente un acto! Uno se las arregla con las lagunas de su lengua, uno hace “bricolage”, como se dice actualmente, y resulta que ahora uno revive la limitación del otro, así como uno escucha lo que él pudo aprender de ella: de manera que hay que existir primero antes de escribir. Se debe saber que el poema no es nada y que la traducción es posible, lo que no quiere decir fácil; no es más que la poesía, recomenzada.
      ¿Desmesura, retomar así a Yeats en el origen, pretender entonces un poder de invención semejante? Pero proponerse algo no significa estar seguro de alcanzarlo. Y toda poesía es siempre la misma ambición, que en los más verdaderos funciona sin certidumbre. No hay poesía sino de lo imposible. Y digamos que fracasar allí específicamente al menos deja abierto el campo de esa preocupación de unidad o de transparencia -y de destino.
      Prácticamente, en efecto: si la traducción no es una copia ni una técnica sino un cuestionamiento y una experiencia, no puede inscribirse -escribirse- más que en la duración de una vida que será requerida en todos sus aspectos, en todos sus actos. Y esto no exige que el traductor sea “poeta” por otra parte. Pero implica sin duda alguna que si él también escribe no podrá mantener separada su traducción de su propia obra.

      Algunos ejemplos de esa interdependencia -personales, ya que no hay por qué enorgullecerse de eso (ni alarmarse: hechos menores, que no valen más que como indicios).
      Horacio, hablándole a Hamlet de sus compañeros de ronda cuando apareció el fantasma. Fueron “distilled -dice- almost to jelly with the act of fear”...El sentido es claro. Pero the act of fear introduce una intensidad trágica donde jelly (literalmente la “gelatina”, tan inglesa, para nosotros “papilla”) me causó un problema. ¿Por qué? Las obscenidades del comienzo de Romeo pueden traducirse. Pero son significativas, aunque no fuera sino por sí mismas, mientras que en este caso jelly pertenece a la lengua ordinaria, empleada sin atención, sin incremento de sentido. Ahora bien, muy francés en esto (creo), tengo tendencia a preferir que tales contextos, trágicos y por lo tanto ejemplares, resulten de un conocimiento acrecentado, por lo tanto de una economía del sentido, por lo tanto de un vocabulario, si no restringido, al menos verificado. Que lo trivial se mantenga, sí, y eso es Rabelais, Rimbaud, pero como tal, y en esto uno se acerca a Racine o a Nerval y a lo que llaman lengua noble o literaria, pero que no es más que lengua tensada. Los ingleses (cf. Mercuccio) esperan menos del lenguaje. Prefieren más observación directa, simple psicología (en resumen, jelly allí donde lo diría un soldado) antes que reconstrucción heroica.
      Y les doy la razón. ¿Pero era preciso por eso que luchando así contra mí aceptara el desafío sin más y hablara de papilla o incluso de jugo de carne? Sin mucho esfuerzo, hubiera sido literal. Pero si es cierto que seguí siendo por otra parte, aunque sea un poco, el discípulo de Racine, esa aparente fidelidad va a producir algo simplemente pintoresco, es el pecado de las traducciones románticas, mal desbastadas del verbalismo de antaño -en todo caso, será un paliativo y no la resolución de un problema. ¡Mejor Ducis! Mejor escuchar a Shakespeare hasta el momento en que pudiera aventajarlo en toda mi escritura y no simplemente reflejarlo aquí. Y esperando, y con conocimiento de causa (agregaría una nota), verter jelly mediante una palabra mía, implicada en otras cuestiones: ceniza... La traducción ha fallado en el plano local. Pero el acto de traducir ha comenzado y terminará más tarde en otra parte -incluso aquí.

      Y ahora de nuevo Yeats, en “The Sorrow of Love”, cuando dice de la muchacha con “red mournful lips” que es “Doomed like Odysseus and the labouring ships”. Labouring, palabra que evoca las largas y difíciles travesías, el balanceo de un navío, pero también el trastorno afectivo, la tristeza, sin contar con que to be in labour es dar nacimiento y que to labour ha conservado poéticamente su acepción arcaica, “labrar”, casi sembrar. Todos esos sentidos tienen valor en este caso, ¿qué hacer entonces? Pero esta vez ni siquiera pude plantearme la pregunta, traduje irresistiblemente labouring por “que renguean/ a lo lejos”, incluyendo de entrada el rechazo en la traducción. Y podría justificar o criticar esas palabras -Ulises no huía pero los hijos de Príamo, que muere en el verso siguiente, lo hicieron, hacia otra Troya, etc. - pero ésta no es la cuestión. Porque esas palabras no me llegaron a través del cortocircuito que en el traductor, según se cree, va del texto a la traducción, sino a través de un giro completo de mi pasado. A menudo he pensado en la renguera de un navío...Incluso una vez, al regresar de Grecia en 1961, el ánimo lleno con el recuerdo de la Esfinge de Naxos cuya sonrisa expresa la ataraxia, la música, imaginé que el barco, que padecía así, de noche, frente a la costa italiana, también huía y buscaba; y pensando por supuesto en Verlaine, inicié una suerte de poema donde también cumplía su papel el agua balanceándose para siempre “como hierro en una caja cerrada”: un poema que después no terminé nunca -y que aun ahora, doce años más tarde, he desgarrado súbitamente, en suma, para que viva mi traducción. La relación de lo que se buscaba allí con mi preocupación por la poesía de Yeats se volvió lo más importante, el verdadero devenir. El poeta inglés me explicó a mí mismo y el camino de mi propio pensamiento quiso traducirlo. Es dentro de una relación de destino a destino, en suma, y no de una frase inglesa a una francesa, donde se elaboran las traducciones, con repercusiones que no se pueden prever (ese barco y su renguera reaparecieron en mi último libro).

      Continuación lógica de estas declaraciones, haría falta que me pregunte en qué me ayudaron mis traducciones; y cómo la poesía de otras lenguas ha contribuido al devenir de la nuestra.
      Por falta de tiempo no haré más que evocar otra pregunta preliminar. ¿En qué condiciones esta suerte de traducción de la poesía, no es una empresa insensata? “Traduzcan a su prójimo”, propuse una vez. ¿Pero quién puede serlo suficientemente?
      La ironía de Donne, la morosidad luminosa de Eliot -o el spleen baudelaireano, la “malignidad” (y la esperanza constante) de Rimbaud- ¿no son mundos impenetrables? Y en cuanto a Yeats, la aspiración a la Idea, Bizancio, pero también blood and mire, el barro y el rapto, incluso la rabia, de la pasión, y Adonis tanto como Cristo; ¿es eso compartible?
      Pero en poesía la pobreza es recurso. La experiencia que uno no tuvo, a veces es porque uno la ha rechazado: y la traducción, donde un poeta nos habla, puede desbaratar la censura, es una de las formas de ayuda que yo decía que aporta. Una energía se libera. Nuestras fascinaciones nos habrán guiado. Pero sólo hay que seguirlas a ellas, por supuesto. Toda obra que no nos incita es intraducible.


(de “Entretens sur la poesie”, Mercure de France, París, 1982.)
Traducción de Arturo Carrera
Fuente: Diario de Poesía N°45, págs.27/28 - Buenos Aires, Argentina, 1998.

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