martes, 17 de enero de 2012

El autodominio, la moderación y sus motivos - Friedrich Nietzsche -


Para combatir la violencia de un instinto puede haber hasta seis métodos diferentes.
Primero: podemos sustraernos a los motivos de satisfacer ese instinto, y debilitarlo y secarlo, absteniéndonos de satisfacerlo durante períodos de tiempo cada vez más prolongados. Segundo: podemos someternos auna regla que establezca un orden severo y regular en la satisfacción de los apetitos; bajo el imperio de reglas, logramos encuadrar su flujo y su reflujo dentro de unos límites estables, para conseguir intervalos en los que no nos turben los apetitos, y a partir de ahí se puede pasar a utilizar el primer método. Tercero: podemos abandonarnos deliberadamente a la satisfacción de un instinto salvaje y desenfrenado hasta hastiarnos, a fin de que este hastío nos ayude a dominar ese instinto, siempre y cuando, claro está, que no hagamos lo que el jinete que, por domar un caballo, se rompe la cabeza, que es lo que, desgraciadamente, suele suceder en este tipo de intentos. Cuarto: hay unaingeniosa estratagema consistente en asociar a la idea de satisfacción de un instinto un pensamiento desagradable, y esto con tanta intensidad que, al final, por efecto del hábito, la idea de la satisfacción termina volviéndose también cada vez más desagradable. (Un ejemplo: cuando el cristiano se acostumbra a pensar, mientras está disfrutando del placer sexual, que el demonio está presente burlándose de él, o que merece el infierno por su delito, o que, si comete un robo, se verá expuesto al despreciode aquéllos a quienes más respeta. Del mismo modo, un individuo puede reprimir una fuerte y constante tendencia al suicidio, pensando en la desolación de sus parientes y amigos y en los reproches que se harían, y logra, así, desistir de su inclinación, dado que, desde ese momento, estas representaciones se suceden en su mente como la causa y el efecto. Hay que recordar aquí también el orgullo de los individuos que se rebelan,como hicieron, por ejemplo, lord Byron y Napoleón, quienes consideran ofensivo que una pasión tenga preponderancia sobre la disciplina y la regla general de la razón; de ahí proviene entonces el hábito y el placer de tiranizar y de aplastar el instinto. («No quiero ser esclavo de un apetito», escribió Byron en su diario.) Quinto: se intenta desplazar lasfuerzas acumuladas, imponiéndose cualquier trabajo penoso y difícil, o sometiéndose deliberadamente a nuevos alicientes y placeres, para canalizar así por nuevas vías los pensamientos y el juego de las fuerzas físicas. Este es el mismo método que se sigue cuando se fomenta temporalmente otro instinto, concediéndole muchas oportunidades de satisfacerse, para lograr que consuma la fuerza que, en caso contrario, acumularía el instinto que nos perturba con su violencia y que queremos refrenar. No faltará quizá también quien contenga la pasión que quiere imponerse, concediendo a los demás instintos, que ya conoce, un estímulo y una satisfacción momentánea, en orden a que devoren el alimento que el tirano querría acaparar. Sexto y último: quien soporta —y le parece racional hacerlo— un debilitamiento y una depresión
generalizados
de su organismo físico y psíquico, lo que, lógicamente, debilita a la vez un instinto violento en concreto; esto es lo que hace, por ejemplo, el asceta que controla su sensualidad a base de destruir al mismo tiempo su vigor y muchas veces incluso su razón. En suma, los seis métodos que acabo de exponer son: evitar las ocasiones, someter el instinto a una regla, saciarlo hasta el hastío, asociarlo a una idea que nos mortifique (como la de la deshonra, la de las consecuencias nefastas o la de la dignidad ofendida), desviar las fuerzas, y, por último, lograr una debilidad y un agotamiento general. Ahora bien, la decisión y la voluntad de luchar contra la violencia de un instinto no dependen de nosotros, como tampoco dependen el método que elijamos ni los resultados que podamos lograr al aplicarlo. En todo este proceso, nuestra inteligencia no es más que el instrumento de un instinto contrario a aquél cuya violencia nos tortura, y que lo mismo puede ser la necesidad de descanso que el miedo a la vergüenza y a las consecuencias negativas de nuestros actos, o incluso el amor. Por consiguiente, aunque creamos que somos nosotros quienes nos quejamos de la violencia de un instinto, en realidad es un instinto el que se queja de otro instinto, lo que equivale a decir que para sentir la perturbación que nos provoca la violencia de un instinto, es condición indispensable que exista otro instinto no menos violento —o más violento aún—, y que se produzca un
duelo
en el que nuestra intelecto habrá de tomar partido.

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